Cuando era pequeño
solían decirme
que los tambores sonaban solo
en días de fiesta.
Luego fui aprendiendo
que las llamadas
pretexto eran para alegrías,
cuando estas no existían.
Y CUANDO SUENA EL TAMBOR,
REPICA MI CORAZÓN,
QUIERA O NO, QUIERA O NO,
CON MÁS ALEGRÍA.
Cuando pasan los años,
siento las penas
sobre mis brazos,
la espalda grita,
y el tambor me dobla,
y aunque la marcha cuesta,
sigo contento, pues estoy otra vez,
con la lonja y el vino.
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