Aquí
me pongo a cantar,
al
compás del instrumento,
que
lo que canto no es cuento,
por
eso causa impresión.
Sucedió
lo sucedido,
una
noche bien cualquiera,
que
yo estando campo afuera,
me
agarró la oscuridad.
De
repente la vi a ella,
asomando
esplendorosa,
una
linda luna llena,
¡Especial
pa´l lobizón!
En
eso pensando estaba,
cuando
sentí un aullido,
una
mezcla de gruñido,
grito
humano y animal.
Malhaya
que me tembló,
la
punta de los garrones,
y me
apronté pa´correr,
abundaban
las razones.
El
aullido continuó,
y la
luna que alumbraba,
y yo
en mi pensar pensaba:
¿Y si
es loba ese animal?
Carburando
ese instinto,
abrió
mi curiosidad,
y me
arrimé despacito,
al
lugar de ese aullar.
Vi un
bulto estremecido,
cruzao
en el alambrao,
bufaba
y daba patadas,
como
recién descornao.
Me
arrimé más todavía,
ya
resuelto a preguntar,
si un
hombre lobo no habla,
podría
al menos escuchar.
Más
presintió mi existir,
me
miró cual poseído,
y me
dijo en un bufido:
“¡Ayúdeme,
oriental!
Me he
quedado atracao,
en
este alambre sotreta,
se ve
que está recién hecho,
más
que alambre, estas son cuerdas.”
Pero
me extraña compadre,
le
dije sin titubear,
aquí
alambró Mario Rodríguez,
tensaos
tienen que estar.
Qué
cosa que dio trabajo,
hacer
zafar al paisano,
la
panza no lo ayudaba,
pa´
andar en esos mandados.
No
quise ni preguntar,
en
qué asuntos estaba,
pues
miraba los lanares,
y se
le caía la baba.
Ví
cuál era su intención,
andaba
de caponero,
pero
mirá esa figura,
que
colega cabortero.
Y
aquí termina mi historia,
poquito
más que contar,
el
paisano impresionado,
dice
que va a adelgazar.
Por
un tiempo abandonó,
esas
costumbres mundanas,
se va
a la carnicería,
igual
con muy pocas ganas.
Y si
tiene que salir,
ahora
elige con cuidado,
alambraos
bien flojitos,
y con
hilos reventaos.
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